Si me acompañas

Ahora estoy leyendo La Divina Comedia, ya sabes, de Dante Alighieri, si te apetece, me acompañas.

lunes, 27 de julio de 2020

Ya no podemos esperar más

No sé si fui a ver nunca al llamado “negro de Banyoles” con la escuela o con mi familia, no sé qué impresión me hubiera causado, si hubiera dicho o hecho algo, si ni siquiera le hubiese prestado atención. Si se me hubiese puesto un nudo en la garganta o en la boca del estómago hubiera sentido un puñetazo o una patada. No lo sé. Me gustaría saberlo, a veces nos idealizamos en la imaginación, pero cometemos omisiones y actos miserables y vale la pena reconocerlo, vale la pena saber cuál es nuestra actitud ante la vida y los otros, y ante los otros que hay en mí. Desde lo políticamente correcto, desde creernos quién no somos, solo perpetuamos maneras de pensar y actuaciones caducas, creyéndolas vigentes porque nos salvan un poco, al menos, a corto plazo y en los entornos aparentemente adecuados, no duelen.

Pero esto no va de mí, el foco es él, la atención ha de ponerse en él y no en mi acción, que también, pero cuando me miro a mí más que a él, vuelvo a hacer lo mismo que quiero evitar, sentirme culpable, buscar justificación o excusa, todo menos reparación, visibilización, escucha, humanidad. Mirarle a él, significa que dejo de estar en mi ombligo para desplazar la atención donde se requiere, en él.
Sí, todos sabíamos de su existencia, quien más quien menos había oído hablar de “el negro de Banyoles” como si fuera de allí, como si perteneciera a ese lugar, a ese museo o peor, a esas personas. Desde 1916 hasta el 2000 dicen que estuvo encerrado en una vitrina, el hombre negro expuesto disecado de Banyoles.
Cuando supe de la labor del Dr. Arcelin por un amigo y más tarde por la prensa y los documentales, escuché de los que apoyaban su iniciativa y de los que no -otros hablaran mejor sobre él y su cometido-, el caso es que yo solo podía pensar, ¿cómo nadie lo denunció antes?, ¿cómo no se nos ocurrió?, ¿cómo lo permitimos? ¿Cómo?

¿Es por los males de nuestros tiempos, la velocidad, la falta de sensibilidad, el egoísmo, la inercia? ¿Se han acostumbrado nuestros ojos y nuestra memoria a la atrocidad, al maltrato? ¿Estamos normalizando lo que destruye la humanidad? ¿Es puro, nada más y nada menos, que racismo?

Y digo “nuestros tiempos”, en sentido más o menos amplio, pues hablamos de un hombre negro disecado en un museo casi un siglo. Hablamos del museo Darder de Banyoles, el fundador del cual era zootécnico, veterinario y coleccionista, ¿cuál de esas dedicaciones hacen que acabe una persona en una vitrina? Y no cualquier persona. Un hombre negro. La colonización no ha acabado, sigue en las mentes, en la manera de mirar y entender el mundo, sigue en el lenguaje y en las células de ambas partes. Sigue en el momento en que muchos años y mucha lucha, insultos, burocracia, descrédito, discusión, recursos y más fueron necesarios para que un hombre sin nombre encontrara sepultura en su tierra. ¿No es eso el pan desgraciadamente nuestro de cada día? ¿No es alarmante que la dignidad haya que lucharla?, ¿qué los derechos intrínsecos, esenciales, de mujeres y hombres tengan que ser conquistados? ¿No es ignominioso que la dignidad y la justicia sean un lujo?

No se sabe su nombre, sí parte de su historia; fue robado de noche de su sepultura, vaciado, rellenado de hierbas y de paja: disecado, embalsamado, mostrado ante coleccionistas en Europa, expuesto junto al desaparecido Café Novedades en el Paseo de Gracia de Barcelona, trasladado y encerrado en una vitrina del Museo Darder de Banyoles para ser mostrado a los visitantes después de pagar la entrada. Hay quién dice que es la normalidad de otra época en la que eso se hacía, que hay que mantener el recuerdo de otros tiempos, que no era racismo y que no es tan grave si lo colocamos en el momento en que fue secuestrado y trasladado. Hay quien hablaba de “nuestro negro” como el que se refiere a su mascota o su emblema con el orgullo del que posee un trofeo, repito: posee un trofeo. No, lo siento, pero no. Fue robado de su sepultura durante la noche, se hizo a escondidas como se hace lo que se sabe no lícito; fue expuesto entre animales como un animal más (ni a estos deberíamos exponer en ese estado ni de esa manera); fue tratado sin respeto, indignamente. Durante 84 años. Ni el paso del tiempo, las modas, la ética ni las nuevas miradas lo sacaron de allí. No es el resultado del pensar en una época pretérita, las acciones fruto de esa manera de pensar siguen campando a sus anchas. Y es bueno y necesario que nos lo digamos los unos a los otros, con rubor, con vergüenza, pero con esperanza. Son tiempos, siempre lo fueron, pero ya no podemos esperar más; son tiempos de decirnos los unos a los otros: ¡Basta Ya! ¡No te escondas más en la justificación! ¡Sal de ahí y cambia lo que esté en tu mano! Y cuando yo lo haga, cuando cosifique a un ser humano, cuando ningunee, cuando desprecie, cuando …dímelo, también.

Y no estoy hablando de instituciones, de política, hablo de gente como yo, de gente de a pie, de los del montón, con estudios y algo de sensibilidad, pero a los que nos cuelan muchos, tantos, demasiados goles. Que vemos lo que vemos paseando por la calle y seguimos, pues llegamos tarde; que oímos las noticias que oímos y seguimos pinchando otro trozo de pepino ecológico del plato; ya no nos hierve la sangre, si es que nos hirvió alguna vez. Tal vez porque si dejamos que la culpa nos golpee el estómago tendremos que hacer algo, renunciar a privilegios, pagar el precio que se paga cuando uno empieza a apostar por la justicia y los derechos, cuando una decide ponerse al lado de la vida y de la humanidad, aunque no sea el lado vencedor.

Muchas, tantas, demasiadas excusas para justificar que no nos damos cuenta del dolor hasta que nos duele. Que no vemos la ignominia hasta que nos toca o nos roza de cerca. Y eso no es empatía ni justicia ni humanidad, que te rasques cuando te pica es acto reflejo, aquí hace falta hablar de otra cosa. De privilegios que conllevan injusticias, de falsa libertad que esclaviza al de al lado, de comodidad sin medir daños, de la mal entendida solidaridad, de no reconocer ni permitir la voz del otro, de desaprender las costumbres, las dichosas costumbres que nos adormecen en la ilusión de un mundo que no existe, que se está construyendo a cada paso. Y que depende de las manos de todos, los gestos, la acción y la palabra de cada una para que se parezca un poco a un lugar mejor para todos. Depende de cuánto estemos dispuestas a apostar. Depende de cuándo nos vamos a hacer responsables de la vida que vivimos.

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