Pero
esto no va de mí, el foco es él, la atención ha de ponerse en él
y no en mi acción, que también, pero cuando me miro a mí más que
a él, vuelvo a hacer lo mismo que quiero evitar, sentirme culpable,
buscar justificación o excusa, todo menos reparación,
visibilización, escucha, humanidad. Mirarle a él, significa que
dejo de estar en mi ombligo para desplazar la atención donde se
requiere, en él.
Sí,
todos sabíamos de su existencia, quien más quien menos había oído
hablar de “el negro de Banyoles” como si fuera de allí, como si
perteneciera a ese lugar, a ese museo o peor, a esas personas. Desde
1916 hasta el 2000 dicen que estuvo encerrado en una vitrina, el
hombre negro expuesto disecado de Banyoles.
Cuando
supe de la labor del Dr. Arcelin por un amigo y más tarde por la
prensa y los documentales, escuché de los que apoyaban su iniciativa
y de los que no -otros hablaran mejor sobre él y su cometido-, el
caso es que yo solo podía pensar, ¿cómo nadie lo denunció antes?,
¿cómo no se nos ocurrió?, ¿cómo lo permitimos? ¿Cómo?
¿Es
por los males de nuestros tiempos, la velocidad, la falta de
sensibilidad, el egoísmo, la inercia? ¿Se han acostumbrado nuestros
ojos y nuestra memoria a la atrocidad, al maltrato? ¿Estamos
normalizando lo que destruye la humanidad? ¿Es puro, nada más y
nada menos, que racismo?
Y digo
“nuestros tiempos”, en sentido más o menos amplio, pues hablamos
de un hombre negro disecado en un museo casi un siglo. Hablamos del
museo Darder de Banyoles, el fundador del cual era zootécnico,
veterinario y coleccionista, ¿cuál de esas dedicaciones hacen que
acabe una persona en una vitrina? Y no cualquier persona. Un hombre
negro. La colonización no ha acabado, sigue en las mentes, en la
manera de mirar y entender el mundo, sigue en el lenguaje y en las
células de ambas partes. Sigue en el momento en que muchos años y
mucha lucha, insultos, burocracia, descrédito, discusión, recursos
y más fueron necesarios para que un hombre sin nombre encontrara
sepultura en su tierra. ¿No es eso el pan desgraciadamente nuestro
de cada día? ¿No es alarmante que la dignidad haya que lucharla?,
¿qué los derechos intrínsecos, esenciales, de mujeres y hombres
tengan que ser conquistados? ¿No es ignominioso que la dignidad y la
justicia sean un lujo?
No se
sabe su nombre, sí parte de su historia; fue robado de noche de su
sepultura, vaciado, rellenado de hierbas y de paja: disecado,
embalsamado, mostrado ante coleccionistas en Europa, expuesto junto
al desaparecido Café Novedades en el Paseo de Gracia de Barcelona,
trasladado y encerrado en una vitrina del Museo Darder de Banyoles
para ser mostrado a los visitantes después de pagar la entrada. Hay
quién dice que es la normalidad de otra época en la que eso se
hacía, que hay que mantener el recuerdo de otros tiempos, que no era
racismo y que no es tan grave si lo colocamos en el momento en que
fue secuestrado y trasladado. Hay quien hablaba de “nuestro negro”
como el que se refiere a su mascota o su emblema con el orgullo del
que posee un trofeo, repito: posee un trofeo. No, lo siento, pero no.
Fue robado de su sepultura durante la noche, se hizo a escondidas
como se hace lo que se sabe no lícito; fue expuesto entre animales
como un animal más (ni a estos deberíamos exponer en ese estado ni
de esa manera); fue tratado sin respeto, indignamente. Durante 84
años. Ni el paso del tiempo, las modas, la ética ni las nuevas
miradas lo sacaron de allí. No es el resultado del pensar en una
época pretérita, las acciones fruto de esa manera de pensar siguen
campando a sus anchas. Y es bueno y necesario que nos lo digamos los
unos a los otros, con rubor, con vergüenza, pero con esperanza. Son
tiempos, siempre lo fueron, pero ya no podemos esperar más; son
tiempos de decirnos los unos a los otros: ¡Basta Ya! ¡No te
escondas más en la justificación! ¡Sal de ahí y cambia lo que
esté en tu mano! Y cuando yo lo haga, cuando cosifique a un ser
humano, cuando ningunee, cuando desprecie, cuando …dímelo,
también.
Y no
estoy hablando de instituciones, de política, hablo de gente como
yo, de gente de a pie, de los del montón, con estudios y algo de
sensibilidad, pero a los que nos cuelan muchos, tantos, demasiados
goles. Que vemos lo que vemos paseando por la calle y seguimos, pues
llegamos tarde; que oímos las noticias que oímos y seguimos
pinchando otro trozo de pepino ecológico del plato; ya no nos hierve
la sangre, si es que nos hirvió alguna vez. Tal vez porque si
dejamos que la culpa nos golpee el estómago tendremos que hacer
algo, renunciar a privilegios, pagar el precio que se paga cuando uno
empieza a apostar por la justicia y los derechos, cuando una decide
ponerse al lado de la vida y de la humanidad, aunque no sea el lado
vencedor.
Muchas,
tantas, demasiadas excusas para justificar que no nos damos cuenta
del dolor hasta que nos duele. Que no vemos la ignominia hasta que
nos toca o nos roza de cerca. Y eso no es empatía ni justicia ni
humanidad, que te rasques cuando te pica es acto reflejo, aquí hace
falta hablar de otra cosa. De privilegios que conllevan injusticias,
de falsa libertad que esclaviza al de al lado, de comodidad sin medir
daños, de la mal entendida solidaridad, de no reconocer ni permitir
la voz del otro, de desaprender las costumbres, las dichosas
costumbres que nos adormecen en la ilusión de un mundo que no
existe, que se está construyendo a cada paso. Y que depende de las
manos de todos, los gestos, la acción y la palabra de cada una para
que se parezca un poco a un lugar mejor para todos. Depende de cuánto
estemos dispuestas a apostar. Depende de cuándo nos vamos a hacer
responsables de la vida que vivimos.
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