Si me acompañas

Ahora estoy leyendo La Divina Comedia, ya sabes, de Dante Alighieri, si te apetece, me acompañas.

martes, 30 de junio de 2020

De Ignacio Fiz sobre las estatuas y la memoria

Artículo pensado y escrito por Ignacio Fiz a propósito de las estatuas:

¿Estatuas? 
No, gracias


En mi memoria quedan grabadas escenas de estatuas derribadas, retiradas, arrancadas, decapitadas, violentadas, pintadas y finalmente, olvidadas en los rincones de un almacén. Tras cualquiera de las acciones enumeradas siempre surge esa polémica en la que defensores y detractores esgrimen y arrojan argumentos a las trincheras del otro lado. Polémicas que reiteradamente se repiten ascendiendo por la colina y precipitándose por la ladera una y otra vez.
Uno de los argumentos que siempre aparece es el de conservar la memoria, la historia, en la idea en que es cada generación quien en su propio espacio temporal de conocimientos y valores rige si esa memoria exhibida en la estatua recuerda actos valientes, genocidio, represión, obras literarias o descubrimientos medicinales.
Ahora bien. ¿Qué memoria trata de reflejar una estatua? ¿Es el reflejado el verdadero homenajeado en esa representación? La estatua en sí no solo cuenta una historia, siempre la oficial, sino que lleva subliminalmente mensajes que van más allá de los meros recursos del escultor.
No olvidemos que esa estatua, okupa de un espacio público a la vista de todos, fue dedicada a propuesta y promoción de alguien, sea una persona o un grupo social. Alguien que trata de hacerse con parte de la memoria del homenajeado: “¡Qué grande era él! Pero que magnifico y culto que soy yo, que le guardo ese recuerdo”. Por cierto, siempre es él, nunca es ella y si es ella es para que nos acordemos de él.
La estatua de Colón de Barcelona nos ofrece la historia oficial del genovés, pero también, tras la piedra y el bronce, se encuentra la exhibición de una elite noucentista enriquecida a través del comercio lícito e ilícito con América. No es casual que la estatua de Antonio López, la estatua de Colón, la exposición Universal, y las polémicas pro y anti abolicionistas estén situadas en la misma horquilla cronológica de finales del siglo XIX. Con la estatua de Colón, esa Barcelona oscura homenajeaba al Descubridor al que le debían su riqueza y poder económico. Con la de Antonio López, esa misma Barcelona honraba a uno de los suyos y a sí mismos, exponiendo en el espacio social la historia oficial de su gloria al mismo tiempo que blanqueaban las partes negras del relato.
La duda surge cuando el homenajeado resulta ser un artista, un poeta o un científico. Parecería necesario que la memoria visualizada en el espacio público recogiera y exhibiera la imagen del personaje. Pero, y ahora situándonos en lo que hoy concebimos como correcto o incorrecto ¿y si el personaje hubiera contraído matrimonio con una menor de trece años? “¡Eran otros tiempos!” Diría alguien. En una entrevista en la RAI de finales de los 60 el escritor Indro Montanelli, homenajeado con estatuas y un referente en Italia, reconocía abiertamente que, en Abisinia, en los años treinta, él se había desposado con una menor eritrea de doce años y lo justificaba con un “bueno, ya me entiende, aquello era África”. La grabación del programa muestra como Montanelli palideció cuando una joven italiana de origen africano, la activista Elvira Banotti, le dijo que, en Europa, eso mismo hubiera sido considerado como una violación de una menor y era producto del abuso de una Italia colonial. Pero no tenemos que ir hasta Italia para encontrarnos historias que hoy no pasarían la prueba del algodón. 




Por otro lado, no creo que sea necesario argumentar el sentido de una estatua cuando esta se le dedica en vida a un Dictador. Una estatua que recuerda al mismo tiempo el dolor infringido por este sobre una parte de la población y también el miedo y la advertencia que esta inspiraba. Pero nuevamente no solo esta representado el Dictador en esa imagen, sino también la clase social vencedora, los ganadores sobre los oprimidos. La imagen, en sí, no es más que una representación del “Primo de Zumosol”. ¿Tiene que seguir aguantando una parte de la sociedad la mirada soberbia del Dictador desde las alturas de su caballo cuando este ha muerto? ¿En beneficio de qué memoria?

En realidad, habría que plantearse para que necesitamos estatuas. Se puede entender que en una sociedad iletrada como podía ser la Edad Media, fueran los capiteles y los textos historiados los que representaran la historia “oficial” en viñetas esculpidas. Pero, en pleno siglo XXI, con todos los instrumentos que tenemos ¿seguimos necesitando de una iconografía visual para explicar lo que en realidad es un único, subliminal e interesado relato? La memoria, el recuerdo, el decidir quién es quién, las grandezas y las miserias humanas están y han de ser interiorizadas en la Educación. Y las estatuas, y perdónenme que sea tan crudo, Historia, lo que se dice Historia, no enseñan. Otra cosa es la exhibición de la que hacen gala quienes la levantan.
De esta “Normalidad”, si tuviera que desear algo, sería que el debate, la polémica, los argumentos esgrimidos fueran sobre como utilizamos los espacios públicos que dejarán las estatuas una vez se decida retirarlas o derribarlas.






1 comentario:

  1. Las estatuas nunca son ingenuas....mejor flores o simplemente pasto para acostarse cara al sol

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