Artículo pensado y escrito por Ignacio Fiz a propósito de las estatuas:
¿Estatuas?
¿Estatuas?
No, gracias
En mi memoria quedan
grabadas escenas de estatuas derribadas, retiradas, arrancadas,
decapitadas, violentadas, pintadas y finalmente, olvidadas en los
rincones de un almacén. Tras cualquiera de las acciones enumeradas
siempre surge esa polémica en la que defensores y detractores
esgrimen y arrojan argumentos a las trincheras del otro lado.
Polémicas que reiteradamente se repiten ascendiendo por la colina y
precipitándose por la ladera una y otra vez.
Uno de los argumentos que
siempre aparece es el de conservar la memoria, la historia, en la
idea en que es cada generación quien en su propio espacio temporal
de conocimientos y valores rige si esa memoria exhibida en la estatua
recuerda actos valientes, genocidio, represión, obras literarias o
descubrimientos medicinales.
Ahora bien. ¿Qué
memoria trata de reflejar una estatua? ¿Es el reflejado el
verdadero homenajeado en esa representación? La estatua en sí no
solo cuenta una historia, siempre la oficial, sino que lleva
subliminalmente mensajes que van más allá de los meros recursos del
escultor.
No olvidemos que esa
estatua, okupa de un espacio público a la vista de todos, fue
dedicada a propuesta y promoción de alguien, sea una persona o un
grupo social. Alguien que trata de hacerse con parte de la memoria
del homenajeado: “¡Qué grande era él! Pero que magnifico y culto
que soy yo, que le guardo ese recuerdo”. Por cierto, siempre es él,
nunca es ella y si es ella es para que nos acordemos de él.
La estatua de Colón de
Barcelona nos ofrece la historia oficial del genovés, pero también,
tras la piedra y el bronce, se encuentra la exhibición de una elite
noucentista enriquecida a través del comercio lícito e ilícito con
América. No es casual que la estatua de Antonio López, la estatua
de Colón, la exposición Universal, y las polémicas pro y anti
abolicionistas estén situadas en la misma horquilla cronológica de
finales del siglo XIX. Con la estatua de Colón, esa Barcelona
oscura homenajeaba al Descubridor al que le debían su riqueza y
poder económico. Con la de Antonio López, esa misma Barcelona
honraba a uno de los suyos y a sí mismos, exponiendo en el espacio
social la historia oficial de su gloria al mismo tiempo que
blanqueaban las partes negras del relato.
La duda surge cuando el
homenajeado resulta ser un artista, un poeta o un científico.
Parecería necesario que la memoria visualizada en el espacio público
recogiera y exhibiera la imagen del personaje. Pero, y ahora
situándonos en lo que hoy concebimos como correcto o incorrecto ¿y
si el personaje hubiera contraído matrimonio con una menor de trece
años? “¡Eran otros tiempos!” Diría alguien. En una entrevista en la RAI de finales de los 60 el escritor Indro Montanelli,
homenajeado con estatuas y un referente en Italia, reconocía
abiertamente que, en Abisinia, en los años treinta, él se había
desposado con una menor eritrea de doce años y lo justificaba con un
“bueno, ya me entiende, aquello era África”. La grabación del
programa muestra como Montanelli palideció cuando una joven italiana
de origen africano, la activista Elvira Banotti, le dijo que, en
Europa, eso mismo hubiera sido considerado como una violación de una
menor y era producto del abuso de una Italia colonial. Pero no
tenemos que ir hasta Italia para encontrarnos historias que hoy no
pasarían la prueba del algodón.
Por otro lado, no creo
que sea necesario argumentar el sentido de una estatua cuando esta se
le dedica en vida a un Dictador. Una estatua que recuerda al mismo
tiempo el dolor infringido por este sobre una parte de la población
y también el miedo y la advertencia que esta inspiraba. Pero
nuevamente no solo esta representado el Dictador en esa imagen, sino
también la clase social vencedora, los ganadores sobre los
oprimidos. La imagen, en sí, no es más que una representación del
“Primo de Zumosol”. ¿Tiene que seguir aguantando una parte de la
sociedad la mirada soberbia del Dictador desde las alturas de su
caballo cuando este ha muerto? ¿En beneficio de qué memoria?
En realidad, habría que
plantearse para que necesitamos estatuas. Se puede entender que en
una sociedad iletrada como podía ser la Edad Media, fueran los
capiteles y los textos historiados los que representaran la historia
“oficial” en viñetas esculpidas. Pero, en pleno siglo XXI, con
todos los instrumentos que tenemos ¿seguimos necesitando de una
iconografía visual para explicar lo que en realidad es un único,
subliminal e interesado relato? La memoria, el recuerdo, el decidir
quién es quién, las grandezas y las miserias humanas están y han
de ser interiorizadas en la Educación. Y las estatuas, y perdónenme
que sea tan crudo, Historia, lo que se dice Historia, no enseñan.
Otra cosa es la exhibición de la que hacen gala quienes la levantan.
De esta “Normalidad”,
si tuviera que desear algo, sería que el debate, la polémica, los
argumentos esgrimidos fueran sobre como utilizamos los espacios
públicos que dejarán las estatuas una vez se decida retirarlas o
derribarlas.
Las estatuas nunca son ingenuas....mejor flores o simplemente pasto para acostarse cara al sol
ResponderEliminar