Gris, azul y rosa
Cuento en tres colores
El suelo frío
acuchilla mis pies, necesito de esa molesta sensación para sentirme un poco
vivo. Mis ojos se niegan a abrirse del todo, y en esa línea que habita entre el
párpado y como quiera que se llame la piel de debajo del ojo intuyo la puerta,
mis zapatillas, el frío. Sí, puede intuirse el frío por los ojos, como se
intuye la luz de neón o el filtro sin limpiar del aire. Sobre el plato: la
pastilla azul 3125. Un día más.
Palpo la mesa. Por
la noche cuando la coloco ahí lo más patente es su color rosa 225C; ahora el
tacto me da otra información: rugosa, uniforme, pequeña, áspera. Mantengo los
ojos cerrados, la boca abierta, siento mis dedos callosos sobre mis labios. Salivo
un poco para que pase con mayor facilidad y a apenas me incorporo, lo justo
para tragar. Un día más. Me acuesto de nuevo y espero a que surta efecto.
Rosa
Me miro por última
vez al espejo y abro la puerta de casa con ambas manos y elevo los brazos con
ganas de estrenar la vida, celebrándola, y salgo de un ballonné pas allegro; él, elegante, joven y sonriente, me espera
con su traje de rayas blancas y azules y su pajarita perfecta y alzando su
brazo, me guiña el ojo para que me tome de él. Bajamos acompasados el primer
piso, pero para llegar al hall me
deslizó con un glissé por la barandilla y él me recoge alegre en sus brazos al
llegar; a punto de suceder está un beso cuando nos interrumpe la vecina del
quinto que en un de voule se cruza
entre nosotros; comprensivos, cómplices y amorosos, ladeamos la cabeza, sonreímos
con los ojos brillantes y los labios tímidos, y caminamos ligeros hasta Winston,
quien nos abre la puerta; con el ademán de su brazo derecho parece acariciar el
aire y nos muestra el camino hacia la calle amplia y soleada; se quita el
sombrero y nos desea buen día en una canción que contagiados bailamos calle
abajo acompañados del panadero, el lechero, el repartidor de periódicos, el
cartero y el policia que tras nosotros silban la canción de las mañanas,
mientras los transeúntes en un Gran Jeté
paran el tráfico. Walter, el taxista impetuoso y malhumorado, sale de su taxi,
pero su enfado se desdibuja y acaba sonriéndole a la graciosa niña que va al
colegio y le dedica un cabriole. Las
risas de los niños cantando y corriendo se oyen por toda la ciudad.
Azul
Tomados de ambas
manos nos vamos separando sin dejar de mirarnos a los ojos; achispadas, sus
compañeras, la toman de la cintura y, haciendo girar su cuerpo ligero y
flexible, desaparecen sonrientes corriendo calle abajo hasta la fábrica iluminada,
donde los pájaros de colores cantan y las frutas brillan en los árboles de las
aceras de un gris luminoso y delicado.
Salen de las
calles laterales y se van uniendo a mí, hombres fuertes y ágiles. Cantamos y
pisamos rotundos y firmes el suelo que nos lleva hasta el garaje sobre la colina.
Mientras nos vestimos nuestros monos de
trabajo, bailamos por todos los rincones del taller. Al fin, John sube al
cadillac verde; Jack, al mercedes color piedra y yo, al royale azul y los demás
chicos hacen sonar los cláxons en el momento clímax de la canción matinal. Con
un puro en la comisura de los labios, el traje gris y las manos haciendo
flexionar los tirantes, llega el jefe y a su grito de: ¡A trabajar! Cesa la
música y cada uno ocupa su lugar. Con un plié
y lift, Will y Mike suben la puerta
de metal y aparece ante la vista de los primeros clientes el suelo pulido, las
paredes de blanco, rojo y azul, los coches brillantes dispuestos simétricamente
y un grupo de hombres robustos trabajando, vestidos con monos azules, con las
caras manchadas con precisión de grasa negra y brillante que resalta sus
perfectas bocas sonrientes.
Gris
Exhaustos, en
silencio, el silencio que proviene del cansancio, subimos las escaleras. La
música suena a lo lejos, como una fiesta que sigue pero de la que tú ya te has
ido. Los colores languidecen y todos vuelven a su gris inicial.
Tal vez, algun día
descubran cómo hacer que dure más, o que sean menos los efectos secundarios; tal
vez, hagamos algo para que no haga falta tomarla. Tal vez, sería mejor tomar
una de las grises y acabar con todo esto; a veces lo pienso y quisiera decírselo,
pero... me gustan tanto las mañanas, bajar cogidos del brazo, las escaleras, Winston
y todos los demás.
Nos separamos en
el descansillo con un beso que es más un roce rápido que un beso. Entro. Me
desnudo. Coloco la pastilla en su lugar. Buenas noches. Mañana será un día más.
Este cuento fue ilustrado en su publicación para la revista Xanadú por Albert Cano
Este cuento fue ilustrado en su publicación para la revista Xanadú por Albert Cano
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