Artículo que escribí para una revista que hoy ha regresado a mí:
Desde hace años
quería hacerlo, era una de esas cosas que una se dice que lo hará algún día,
que este verano no, pero el próximo o quizás en mayo que parece mejor época y
habrá menos gente... De repente, un día “quiero hacerlo, este verano no,
pero...” y al escucharme me di cuenta que se había convertido en algo dicho de
memoria, como una de esas frases que se dicen una vez de verdad, pero luego son
la copia de la copia, y puedes estar diciéndolas durante años sin que ya
signifiquen nada... y en breve, también les sabrán a nada a los que las escuchan,
porque cuando una habla de mentira, los demás escuchan también de mentira; sin
quizás saberlo, pero sintiendo que aquello parecen palabras, pero no lo son. Palabras
vacias, palabras-inercia, palabras eco sin fuerza y sin presencia, palabras que
no lo son...
Me di cuenta que
dejar para el futuro lo que quiero hacer en el presente es creer que la vida no
es ahora, es querer aplazarla a un futuro incierto sin saber si para entonces,
si es que ese “entonces” ocurre alguna vez, podré cumplir los muchos deseos que
he relegado.
Así que me dije “este
mismo verano hago el camino de Santiago”, y todo se dio para que así fuera.
Tiempo para entrenar un poco, vacaciones, posibilidad de que ocurriera y la
mejor de las compañías. De Ponferrada salimos, con las Bendición de un sereno y
sabio fraile franciscano (y la propuesta de que este artículo fuera sobre el
camino), para llegar diez días más tarde a Santiago de Compostela.
¿Cómo se cuenta el
camino? No se cuenta. Lo compartes con los que caminan contigo; lo recuerdas
con otros que lo han hecho ya y lo aconsejas a los que te dicen que quieren
hacerlo. Pero contar, lo que se dice contar...
Sí puedo relatar
algunas cosas que el camino me explicó, por ejemplo, que cada recodo viene a
decirte que el camino es incierto, como la vida; que no sabes qué te
encontrarás al traspasarlo, como en la
vida; y que al recodo del camino no lo temes,
vas a su encuentro con ilusión y, sobre todo, con la confianza en los propios
pies y en la tierra, ojalá que como en la vida.
También me contó,
el camino, que lo que te sirve para un día; ya no, para otro, que lo aprendido
ayer, tal vez, no sea información que puedas usar hoy, que hay que estar
despierta, porque cada día tiene sus afanes y sus retos. Que con las
experiencias, como con el amor, no se vale reciclar ni ahorrar ni guardar para
mañana.
Me contó que ir más deprisa no es caminar mejor, que llegar antes o después no importa, que, de hecho, no hay antes y después, sólo hay camino, sólo hay ahora. Que es contagioso mostrarse alegre, digno aceptar las dificultades del camino con templanza, y bello no negar la vulnerabilidad del cuerpo y aún la del espíritu.
Me contó de la
paciencia, de las resistencias, de los ritmos, de la amistad, del silencio, de
atreverse, de permitirse recibir -que por falta de costumbre o por sobra de
orgullo, pedir pido, pero no me sale del todo bien-, de la generosidad, de la
humildad, de la pérdida, de algunos nombres propios y de tantos regalos que no
van envueltos...
Dicen que el camino
de Santiago te cambia. Supongo que cualquier camino lo hace, si prestas
atención y estás atenta a los propios pasos. Puede que hoy sea alguien
diferente y me parece algo bueno que el camino y la vida me cambie, porque siento
que la vida es un camino perfecto, por mucho que a menudo quiera que sea como
está ideada en mi cabeza, como si lo que yo inventara pudiera ser mejor que lo
que la vida inventa para mí.
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