Si me acompañas

Ahora estoy leyendo La Divina Comedia, ya sabes, de Dante Alighieri, si te apetece, me acompañas.

lunes, 25 de junio de 2018

Hágase


Cuando escribo este artículo siempre reviso las últimas experiencias de la cotidianeidad, las últimas miradas hacia mi entorno que me apetece contar porque me han resultado significativas, curiosas, divertidas, bellas. Esta vez se me hace difícil, no por defecto, todo lo contrario, es tan grande la vida, es tanto lo que nos cuenta cuando estamos atentas. No hace falta el entusiasmo, aunque siempre es bienvenido, hace falta, eso sí estar presente.
De la misma manera que una se ducha y se peina para estar preparada para los afanes del nuevo día, de la misma manera una debería preparar el alma a diario y con cuidado. El alma sosegada, el alma limpita para que la mochila del pasado y los rencores no nos ciegue lo que está por venir. El alma inocente que escucha sin más pretensión que esa escucha, que a veces se nos adelanta la respuesta, y eso no es escuchar. El alma niña llenita de ilusión. El alma vieja de experiencia y belleza. El alma en paz que se sabe amada. El alma agradecida para recordar que la vida es un regalo y no dar nada por supuesto. Y ahí me quedo, en la gratitud. A menudo buscamos cambiar lo que ocurre, entender todo y a todos en nuestro entorno, y solo al entender apreciamos, pero ¿se puede amar sin entender? ¿se puede agradecer lo que no parece, a priori, un regalo? ¿se puede estar en la vida sin más que un corazón abierto, una mente sana y disposición? 

A veces, me da por pensar que no le dejamos espacio a la vida, que tenemos tan claro cómo deberían ser las cosas, cómo habrían de actuar los demás según nuestro prisma, cómo debería ser nuestro pan de cada día, que no dejamos un ápice a que la vida suceda, no nos abrimos a recibir lo inesperado, a la belleza de lo desconocido. Al misterio. Y se me antoja que nos falta, me falta, hablaré por mí, confianza. Confianza en que la vida está a mi favor, que todo está dispuesto para ser feliz, agradecida, amada, completa. Y el “hágase tu voluntad” lo digo en voz bajita, o pensando “… pero que tu voluntad, Señor, se parezca a la mía”.  Y eso es hacer trampas. Eso es nadar y guardar la ropa. Eso, me digo, es falta de fe. 




Si sintiera, si fuera capaz de entregarme de verdad al amor y a la vida; si sintiera a penas un poquito del amor que me es dado a cada momento, cada día, todos los días de miles de formas; si fuera honesta y al levantarme, reconociera que todo lo que me es dado vivir no me es dado por merecimiento, sino por un inconmensurable amor sin límites, entonces me da que mi vida la viviría de manera muy diferente, me da que no habría nada que me quitara la sonrisa del corazón, y el compartirme sería una manera genuina e incuestionable de vivir.

Y en ello ando, aprendiendo, caminando, escribiendo, agradeciendo. Y porque “de lo que abunda en el corazón habla la boca”, intento decir “hágase tu voluntad”, sin hacer trampas, cada vez más claro y más alto.

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