Cuando escucho a Tom Waits no puedo evitar mover el cuerpo de forma desaliñada, como si se me cayeran los hombros al suelo, recorro el pasillo arrastrando los pies, ladeando la cabeza mientras tarareo con mi mal inglés metáforas puras que no acabo de entender, pero que me cuentan quién soy. Su voz a medio camino entre la queja, el desgarro y la emoción murmura el lenguaje de los que sienten que, aunque las cosas no acaban de salirnos bien, seguimos -cantando-.
De la mano de N (aunque ella no lo sepa aún) hoy he vuelto a Tom, hoy he vuelto a pensar en retomar la idea de Nils Vincent Chesterton, la novela que se me quedó entre libretas y pendrives, donde Anton y sus amigos cantaban en la azotea hartos de Posca: Rain dogs.
No hay comentarios:
Publicar un comentario