Tal vez lo que más me gusta de trabajar sea ir a trabajar.
Escuchar Belle and Sebastian mientras el frío de las siete de la mañana me da los buenos días. Que aún esté oscuro cuando bajo la calle, mis cinco minutos en Lisboa o, al menos, en las escaleras inhóspitas que me la recuerdan. Que empiecen los rosas del amanecer cuando subo Vallcarca. Tomar las escaleras mecánicas desde las que se ve, si te fijas mucho, una cruz larga de metal de color rojo confundida entre las aristas de los edificios, las azoteas despertándose y el mejor cielo de la ciudad. Callejear hasta llegar a las avenidas llenas de estudiantes aún dormidos que caminan por inercia hacia el colegio. Observar. Maurice, el astronauta de Dr. en Alaska, que desayuna en un bar de la calle Lucano; un chico pelirrojo que pasea a su perro salchicha mientras escucha en sus auriculares a Micah P. Hinson (¿por qué no?); a Antonio que pide frente a La Caixa. Decidir no cruzar aunque esté el semáforo en verde porque me gusta más la calle más transitada. Saludar sin quitarme los auriculares ahora que Belle and Sebastian suenan más contentos. There´s too much love. Subir la estrecha y última calle de mi trayecto. La puerta verde de metal entreabierta. Escalones. Fuera auriculares. El Hall. Y buenos días, Luisa.
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