Latas para todos

C. me guarda el culturas que sale cada miércoles, ella me los da cuando me encuentra, cuando me busca o, a veces, no me los da, los cuelga en el pomo de la puerta de mi casa. Y yo lo recojo al salir o al entrar.
En el culturas del miércoles pasado que C. me dio, extrañamente, el mismo miércoles, había un artículo a propósito de las risas enlatadas. Claro, a una se le viene, como al que escribe el artículo, la escena de Annie Hall donde Tony Roberts lleva a Woody Allen a la sala de posproducción. Y ocurre más o menos esto:

"Ponme aquí una buena carcajada (...) Ponme aquí una carcajada enorme (...) Ahora pon aquí una risita media y luego un gran aplauso"

Cuano rodábamos 2º 1ª y ocurrían conversaciones delirantes en las pausas y comidas, recuerdo que surgió el tema de las risas enlatadas, dio para mucho, pero rescato la ocurrencia de quien imaginaba que alguna risa pertenecería a alguien que ya habría muerto. La inmortalidad a través de una risa enlatada.

Ahora se me ocurre que sería un buen invento abrir una lata de risas cuando una las necesita y no le salen. Como un desodorante después de la ducha o un tentempié (no me gusta la palabra "snack") a media mañana, unas risas al atardecer para irse a dormir cansado y contento.
Yo me pido la risa que no te deja hablar, la risa que deja caer algunas lágrimas y acaba con un suspiro, un alivio y una sonrisa más leve.

Siempre pensé que los personajes que hacía Alda en las últimas películas de Allen eran las que hacía en los 70 Roberts, pensé que uno sería más joven que el otro. Sin embargo solo se llevan tres años y además Alda es el mayor.




Me encanta Annie Hall, se me agolpan en la cabeza miles de escenas que podría contar de memoria, casi tal y como suceden en la película. Tal vez, la vea esta noche. Tal vez, solo la piense de camino al trabajo.









Por culpa de esta escena siempre he querido tener geranios rojos en mi terraza en una jardinera de uralita gris.