En la boda de Jim
Unos 70 años, más o menos, mentón prominente y unas manos grandes que hablaban más que su voz tenía la mujer, que en la boda de Jim, me contó que ella no lloró cuando murió su marido, y no lo hizo, porque en su pueblo a una mujer se le habían quedado los ojos de sapo de tanto llorar. No sé porque lloraba la mujer sapo, pero me creí la historia, me pareció posible que a alguien se le pudieran quedar los ojos hinchados y rojos como a un sapo de tanto llorar. Me pareció una historia digna de ser contada, una fábula. Por nada del mundo hubiera pensado que, tal y como resultó, era, en realidad, una premonición.
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