Y sentada en el sofá me doy cuenta que hay personas con las que ya no crearé más recuerdos, por eso al buscarlas en la memoria aparecen imágenes bellas y un poquito gastadas, como las fotos viejas. Y así, de repente, siento que no hay presente compartido con los que se fueron, y me inunda una muy pero muy profunda tristeza. Y no me queda otra que vivirla.
Y entro en la memoria como quien entra en una tienda y paseo por sus estantes hechos de escenarios. A mi memoria le gustan las situaciones, tal vez no recuerdo el olor o la ropa que llevábamos, pero si el espacio, los objetos, el día que hacía y si las ventanas estaban abiertas o la luz era tenue. Recuerdo escenarios, y los traigo al presente.
Imagino que una tienda de la memoria tendría cabinas donde poder quedarte un rato a revivir una conversación, un abrazo, aquellas risas o una mirada. Y en cada cabina un millón de pañuelos de papel.
Imagino que al salir de la tienda de la memoria, ese "gracias" que solemos decir con inercia, cuando salimos de un bar o un comercio, ese gracias sería muy real. Miraríamos a los dependientes, una mujer dulce y silenciosa de ojos tierra y un hombre amable de manos venosas y les diriamos "gracias" lenta y saboreando el significado de la palabra. Empezaríamos el gra en ella y en un barrido de ojos llorosos acabaríamos el cias en él.
Y al cerrar la puerta, la campanilla coincidiría con un suspiro directo del corazón, un corazón aliviado, tierno y contento. Un corazón en paz.
Feliz Navidad
La memòria.
Librería en Vila de Gràcia
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